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El Congreso de Viena, celebrado en 1814-1815, fue una serie de conferencias diplomáticas que pretendían establecer un nuevo equilibrio de poder en Europa tras la caída de Napoleón Bonaparte. Su Acta final se firmó nueve días antes de la derrota de Napoleón en Waterloo, el 18 de junio de 1815.

Antecedentes

El Congreso de Viena se convocó tras las Guerras Napoleónicas, que habían alterado el orden establecido y redibujado las fronteras. Tras la derrota de Napoleón en mayo de 1814, las potencias aliadas vencedoras, entre ellas Austria, Rusia, Prusia y Gran Bretaña, trataron de restablecer la estabilidad y establecer un nuevo marco para las relaciones europeas. En consecuencia, invitaron a otros Estados de Europa a enviar plenipotenciarios a Viena para celebrar una conferencia de paz.

Entre las figuras centrales del Congreso de Viena se encontraba Klemens von Metternich, el estadista y anfitrión austriaco, cuyas opiniones conservadoras y su deseo de restaurar el orden pre-napoleónico influyeron notablemente en las negociaciones. Francia estuvo representada por el príncipe Talleyrand, diplomático francés, que abogó por unas condiciones favorables para su país a pesar de su reciente derrota. El zar Alejandro I de Rusia, con su visión de una Europa conservadora y monárquica, también desempeñó un papel destacado. Castlereagh, el representante británico, contribuyó a mantener el equilibrio de poder en las negociaciones. Por último, otra figura influyente fue Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, embajador francés en Austria, conocido por sus dotes diplomáticas y su moderación.

El Congreso

El Congreso de Viena pretendía crear un orden europeo estable y duradero redibujando las fronteras y equilibrando el poder entre las naciones. Con ello pretendían impedir que un solo país dominara el continente y evitar futuros conflictos.

Para hacer frente a las preocupaciones relativas a Francia, los negociadores crearon Estados fronterizos fuertes. Para ello se crearon los Países Bajos y el reino italiano del Piamonte. Prusia obtuvo la orilla izquierda del Rin, mientras que Austria ganó territorios en el norte de Italia. Además, se creó la Confederación Germánica para mantener la estabilidad en Europa Central y sustituir al Sacro Imperio Romano Germánico. Por último, se permitió a Francia conservar la mayor parte de sus fronteras anteriores a Napoleón, pero se le exigió que devolviera los territorios que había adquirido durante los periodos revolucionario y napoleónico.

Durante las negociaciones, el futuro del Gran Ducado de Varsovia de Napoleón planteó un reto importante. El zar Alejandro quería anexionarse el territorio, pero Austria y Prusia tenían partes del mismo. Prusia formó una alianza con Rusia, por la que Rusia apoyaría la reclamación prusiana de Sajonia, y Prusia apoyaría la reclamación rusa de Polonia. Para combatir la alianza ruso-prusiana, Metternich, Castlereagh y Talleyrand firmaron un tratado secreto acordando oponerse a ellos. Al final, el Congreso estableció una Polonia más pequeña conocida como «Polonia del Congreso» con Alejandro instalado como rey. Con Rusia satisfecha, Prusia perdió a su aliado y sólo pudo conseguir una pequeña parte de Sajonia.

Sin embargo, en marzo de 1815, en medio de las negociaciones, Napoleón escapó de su exilio en Elba y volvió a ocupar el trono de Francia, marcando el inicio del periodo conocido como los Cien Días. Los aliados se reagruparon y le derrotaron decisivamente en Waterloo el 18 de junio de 1815, nueve días después de haber firmado el Acta Final del Congreso de Viena. Para evitar que Francia volviera a convertirse en una amenaza para Europa, barajaron brevemente la idea de desmembrarla. Sin embargo, Francia se libró con una ocupación militar extranjera y cuantiosas reparaciones de guerra. Napoleón fue enviado a Santa Elena, donde permaneció hasta su muerte.

El legado del Congreso

El Congreso de Viena configuró profundamente el panorama político de Europa en el siglo XIX. Al restaurar las monarquías y restablecer los valores conservadores, el Congreso pretendía suprimir las ideas revolucionarias y mantener la estabilidad. Aunque los acuerdos alcanzados en el Congreso no estuvieron exentos de defectos, lograron alcanzar un notable periodo de paz en Europa que duró casi cuatro décadas.

Sin embargo, el Congreso también suscitó críticas por su carácter conservador y su desprecio por las aspiraciones nacionalistas. El nacionalismo y el liberalismo cobraron impulso en las décadas siguientes, dando lugar a transformaciones sociales y políticas que desembocaron en las revoluciones de 1848. No obstante, el Congreso de Viena sentó las bases de una nueva era de la diplomacia y sentó un precedente para las futuras conferencias internacionales. Sus principios de seguridad colectiva, ajustes territoriales y equilibrio de poder se convirtieron en los principios rectores de la diplomacia europea hasta bien entrado el siglo XX.

Autora: Beatriz Camino Rodríguez