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El Grito de Dolores, pronunciado por el sacerdote católico Miguel Hidalgo y Costilla en Dolores el 16 de septiembre de 1810, es una llamada a las armas que desencadenó la Guerra de Independencia de México. Cada año, en vísperas del Día de la Independencia, el Presidente de México recrea el grito desde el balcón del Palacio Nacional en Ciudad de México.

Antecedentes

Finales del siglo XVIII y principios del XIX fueron tiempos turbulentos en América Latina, marcados por la opresión de las potencias coloniales. En México, colonia española durante casi 300 años, crecía el descontento entre la población, alimentado por las disparidades sociales, económicas y políticas. La imposición de impuestos más elevados, destinados a financiar las campañas militares españolas, exacerbó aún más este resentimiento. Además, en 1808 Napoleón se hizo con el control de España, destronó al monarca reinante e instaló a su hermano, José Bonaparte, como nuevo gobernante. Esta combinación de incompetencia española, unida a un historial de explotación y opresión de la empobrecida población, se convirtió en la gota que colmó el vaso e impulsó a los mexicanos, especialmente a los criollos (españoles nacidos en México), a reclamar la independencia. Fue durante esta época cuando Miguel Hidalgo y Costilla, un sacerdote de la ciudad de Dolores, tomó partido para abogar por un cambio.

En el año 1810, el cura Miguel Hidalgo, perteneciente a la comunidad criolla, había cosechado un inmenso afecto de sus feligreses por su dedicación a ellos. Había soportado penurias personales bajo el sistema colonial español y creía firmemente que era moralmente lícito derrocar a los gobernantes injustos. Mientras tanto, en la ciudad de Querétaro comenzó a surgir un grupo de hombres y mujeres que abogaban por la independencia. Uno de sus líderes era Ignacio Allende, un oficial criollo que ocupaba un puesto destacado en el regimiento militar local. Reconociendo la necesidad de una figura de autoridad moral, alguien con una fuerte relación con los desfavorecidos y amplias redes en las comunidades vecinas, los conspiradores se pusieron en contacto con Miguel Hidalgo, reclutándolo para su causa.

Los conspiradores planearon meticulosamente su plan de acción, fijándose en los primeros días de diciembre de 1810 como el momento oportuno para atacar. Se esforzaron por convencer a los soldados y oficiales realistas de que se pusieran de su parte, consiguiendo reclutar a muchos de ellos. También exploraron los cuarteles y guarniciones realistas cercanos, dedicando incontables horas a imaginar cómo podría ser una sociedad post española en México.

El grito de Dolores

La noche del 15 de septiembre de 1810, los conspiradores recibieron la alarmante noticia de que su complot había sido descubierto. En ese momento, Ignacio Allende se encontraba en el pueblo de Dolores y contempló la posibilidad de esconderse para evitar ser capturado. Sin embargo, fue Miguel Hidalgo quien le instó a mantenerse firme y seguir adelante con su causa.

Al amanecer del 16 de septiembre, Hidalgo subió al púlpito de su parroquia e hizo sonar las campanas de la iglesia. Entonces pronunció un emotivo discurso que se conocería como el «Grito de Dolores». En su apasionado discurso, exhortó a los mexicanos a levantarse contra la opresión española, exigiendo el fin de la tiranía y la explotación. Hidalgo clamó por la «muerte» del dominio español y la «vida» de la soberanía mexicana. En respuesta a sus palabras, una ferviente ola de entusiasmo recorrió la congregación y su espíritu colectivo se encendió con el llamamiento a la liberación. Mexicanos de todas las clases sociales, incluidos mestizos, indígenas y criollos, se unieron al llamamiento de Hidalgo en favor de la independencia. El movimiento se extendió como un reguero de pólvora, ganando impulso y apoyo a medida que avanzaba por el país.

Consecuencias

El Grito de Dolores puso en marcha una serie de acontecimientos que conducirían finalmente a la independencia de México. Miguel Hidalgo dirigió sus fuerzas en una campaña implacable contra los ejércitos realistas, empujándolos hasta las mismas puertas de la Ciudad de México. Aunque su «ejército» estaba mal equipado y carecía de entrenamiento, participó valientemente en enfrentamientos como el sitio de Guanajuato y la batalla del Monte de las Cruces. Sin embargo, fueron derrotados en la Batalla del Puente de Calderón en enero de 1811. Fue entonces cuando Hidalgo y Allende fueron capturados y ejecutados.

Aunque el fervor revolucionario de Hidalgo tuvo una vida relativamente breve, encendió los ánimos de muchos. Incluso después de su ejecución, ya había fervientes defensores dispuestos a tomar el relevo de su causa, entre los que destacaba su antiguo alumno, José María Morelos. La guerra por la independencia de México acabó por doblegar a las fuerzas españolas y, el 27 de septiembre de 1821, la Corona española reconoció finalmente la independencia de México, poniendo fin a siglos de dominación colonial.

Hoy en día en México, durante el Día de la Independencia, los dignatarios locales rinden homenaje a Hidalgo recreando el Grito de Dolores en plazas públicas de ciudades, pueblos y aldeas por igual. Mientras tanto, en Ciudad de México, el Presidente mantiene la tradición representando el Grito de Dolores.

Autora: Beatriz Camino Rodríguez