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Isabel I (7 de septiembre de 1533 – 24 de marzo de 1603) fue reina de Inglaterra e Irlanda desde el 17 de noviembre de 1558 hasta su muerte en 1603. Fue la última monarca de la Casa Tudor y se la conoce como la «Reina Virgen».

Primeros años y ascenso al poder

Nacida el 7 de septiembre de 1533, Isabel era hija del rey Enrique VIII y de su segunda esposa, Ana Bolena. Sin embargo, su nacimiento fue una fuente de decepción para sus padres, que esperaban un heredero varón. Antes de que Isabel cumpliera tres años, su madre fue ejecutada acusada de adulterio y traición. Al considerarse inválida la unión entre sus padres, Isabel fue declarada ilegítima y excluida de la línea sucesoria.

Tras la muerte de Enrique VIII en 1547, su único hijo, Eduardo, ascendió al trono e Isabel quedó al cuidado de la viuda de Enrique, Catalina Parr. Cuando Parr se quedó embarazada en 1548, Isabel fue enviada a establecer su propio hogar, ya que su padrastro, Thomas Seymour, estaba envuelto en acusaciones de intentar comprometerla de forma inapropiada. Tras el fallecimiento de Parr en 1548, las ambiciones de Seymour llevaron a conspiraciones que involucraban a Isabel, hasta que finalmente fue ejecutado por traición, y ella se enfrentó a un periodo de investigación.

En 1533, Eduardo VI falleció y la hermana de Isabel, María, ascendió al trono. Sin embargo, la posición de Isabel frente a su hermana católica disminuyó, posiblemente debido a que los protestantes ingleses la veían como una alternativa a la postura religiosa de María. El matrimonio de María con Felipe II de España y la posterior rebelión liderada por Thomas Wyatt, que acusó a Isabel de estar implicada, provocaron su encarcelamiento en la Torre de Londres. Finalmente, debido a la falta de pruebas, fue puesta en libertad. Tras el fallecimiento de María el 17 de noviembre de 1558, Isabel se convirtió en reina, y su ascenso fue recibido con entusiasmo por muchos en Inglaterra que esperaban una mayor tolerancia religiosa.

El reinado de Isabel

Durante los 45 años de reinado de Isabel, Inglaterra experimentó un profundo cambio desde el catolicismo de María hacia las políticas establecidas por Enrique VIII. Como resultado, se restableció el papel del monarca como cabeza de la Iglesia inglesa. En particular, uno de los primeros triunfos de la reina fue el establecimiento del Acuerdo Isabelino, que logró un equilibrio entre las tradiciones protestante y católica e inició una reforma gradual que finalmente dio lugar a la Iglesia de Inglaterra.

La adopción del protestantismo por parte de Isabel le valió la condena papal, con permiso para que sus súbditos se opusieran a ella. Además, María, reina de Escocia, supuso un desafío debido a su linaje católico. Como María era vista como una alternativa al gobierno de Isabel, fue objeto de conspiraciones contra su vida. Por ello, María buscó refugio en Inglaterra y pidió ayuda a Isabel. En lugar de ello, Isabel la mantuvo confinada durante casi dos décadas para evitar que María amenazara su reinado. Finalmente, autorizó la ejecución de María tras la aparición de pruebas que la relacionaban con complots de asesinato.

Bajo la dirección de Isabel, Inglaterra se embarcó en la Era Isabelina, un periodo de exploración y colonización que supuso el ascenso de Inglaterra a la prominencia mundial a través de la exploración y el crecimiento económico. Otro aspecto clave de la política exterior de Isabel fue la formación de alianzas estratégicas con naciones como Francia y los Países Bajos contra la potencia dominante de la época, España. En este sentido, su apoyo a las facciones protestantes de estos países no sólo era un reflejo de sus convicciones religiosas, sino también un movimiento estratégico para contrarrestar la influencia de la España católica. Como resultado, en 1588, Felipe II de España lanzó la Armada, buscando conquistar Inglaterra y reinstaurar el catolicismo. La victoria lograda por Inglaterra sobre la Armada marcó un momento decisivo en el reinado de Isabel, cimentando su legado como gobernante incondicional.

Muerte y legado

Los últimos 15 años del reinado de Isabel marcaron un periodo de adversidad. El fallecimiento de sus consejeros de confianza dejó un vacío que permitió a los cortesanos más jóvenes competir por el control. El conde de Essex lideró una rebelión sin éxito contra la reina en 1601. A medida que la salud de Isabel se deterioraba, la nación se enfrentaba a dificultades cada vez mayores. Las malas cosechas y la inflación infligieron tensiones económicas y erosionaron la confianza en ella. Finalmente, la reina falleció el 24 de marzo de 1603. Como nunca se había casado ni había tenido un heredero directo, su primo Jacobo VI de Escocia la sucedió, uniendo las coronas de Inglaterra y Escocia y convirtiéndose en Jacobo I de Inglaterra.

Isabel es recordada como una monarca que desafió las expectativas, gobernando con una combinación de pragmatismo, carisma y determinación. Su reinado consolidó la posición de Inglaterra como potencia naval dominante, sentando las bases para la expansión del Imperio Británico. Además, su reinado dejó un impacto duradero en la dinámica de la diplomacia europea gracias a su cuidadosa navegación de alianzas y rivalidades, que sentó un precedente para equilibrar el poder en el panorama internacional.

La Reina era venerada por su genuino cuidado de sus súbditos y su adoración recíproca, ascendió a un estatus casi divino a los ojos del público. Además, su condición de soltera provocó comparaciones con figuras como la diosa romana Diana, la Virgen María e incluso las Vírgenes Vestales. Durante su reinado, creó meticulosamente la imagen de la reina virgen, casada con su reino. Esta estrategia tuvo mucho éxito y mantuvo a Isabel como una de las monarcas más queridas de Inglaterra.

Autora: Beatriz Camino Rodríguez